El Hobbit
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Conocéis a la anciana soberana del mundo que siempre camina y nunca se cansa?Todas las pasiones, voluptuosidades egoístas, todas las fuerzas desenfrenadas de la humanidad ytodas las flaquezas tiránicas preceden a la propietaria avarienta de nuestro valle de lágrimas y conuna boina en la mano, estas operarias infatigables hacen una eterna colecta.
La reina es vieja como el tiempo, esconde su esqueleto con los restos de belleza de las mujeres a lasque roba su juventud y sus amores.Su cabeza esta cubierta de cabellos fríos que no le pertenecen. Desde la cabellera de Berenice, toda brillante de estrellas, hasta los cabellos encanecidos procasmente, que alguien corto de la cabeza deMaria Antonieta, la espoliadora de las frentes coronadas se lleno con los despojos de las reinas
.Su cuerpo pálido es frió y esta cubierto de ropa desabotonada y mortajas de trapos.Sus manos óseas y llenas de anillos llevan diademas, hierros, cetros y huesos, piedras y cenizas.Cuando ella pasa, las puertas se abren por si solas, entra a través de las paredes, penetra hasta en lasalcobas de los reyes, sorprende a los despojadores de pobres en sus mas secretas orgías, se sienta ensu mesa y les da de beber, sonríe a sus cantos con sus dientes sin encía y toma el lugar de lacortesana impura que se esconde en sus salas.
Le gusta caminar junto a los voluptuosos que se adormecen; buscando sus caricias como si esperaseadormecerse en sus brazos, sin embargo congela todo lo que toca y no se olvida jamás. Siempre vacon rapidez, ella no pasea con lentitud, corre; y si sus pies no son muy rápidos chicotea las ancas desu caballo pálido y se lanza a todo galope a través de las multitudes. Con ella galopa el asesinato enun caballo ruso; el incendio, extendiendo su cabellera de humo, va delante de el, moviendo sus alasrojas y negras, y el hambre y la peste le siguen paso a paso, en caballos enfermos y desencarnados,cantando las ranas egipcias que ella olvida para completar sus cohortes.
Después de este cortejo fúnebre, vienen las criaturas irradiantes de sonrisa y de vida, lainteligencia y el amor del siglo futuro, el doble genio de la humanidad que va ha nacer.
Delante de ellas, las sombras de la muerte escapan como la noche ante las estrellas de la aurora;labran la tierra con y siembran en ella, la esperanza do otro año.
ya hemos dicho qye los demonios inventan poco y se plagian los unos a los otros
Pero, la muerte no vivirá mas, implacable y terrible, como mato seco, en las espigas maduras del siglo venidero; ella cederá el lugar al ángel del progreso que desprenderá suavemente las almasde su cadena mortal, para dejarla subir a Dios.Cuando lo hombres sepan vivir, no morirán mas, al transformarse como la crisálida que sevuelve una mariposa brillante.Los terrores de la muerte son hijos de nuestra ignorancia, y la propia muerte no es tan horrendasino por los restos de que se cubre y los colores sombríos con que rodea su imagen. La muerte esverdaderamente el trabajo de la vida.Existe en la naturaleza una fuerza que no muere, y es esta fuerza transforma continuamente losseres para conservarlos. E
lla es la razón o verbo de la naturaleza.Existe también en el hombre una fuerza análoga a la de la naturaleza, y esta fuerza es la razón o elverbo del hombre. El verbo del hombre es una expresión de su voluntad dirigida por la razón.Este verbo es omnipotente cuando es razonable, porque entonces es análogo al propio verbo deDios.Por el verbo de su razón, el hombre se hace conquistador de la vida y puede triunfar sobre lamuerte.
La cara oculta de la Luna es el hemisferio de la Luna no observable desde la Tierra. Eso ocurre debido a que la Luna tarda en rotar sobre sí misma lo mismo que su movimiento de traslación alrededor de la Tierra. Este hemisferio estuvo oculto a la vista humana hasta que la sonda automática soviética Luna 3 lo fotografió por primera vez el día 7 de octubre de 1959. Como la Luna tarda el mismo
tiempo en dar una vuelta sobre sí misma que en torno a la Tierra, presenta siempre la misma cara. Esto se debe a que la Tierra, por un efecto llamado gradiente gravitatorio, ha frenado completamente a la Luna. La mayoría de los satélites regulares presentan este fenómeno respecto a sus planetas. Según informaciones no confirmadas, en la cara oculta de la Luna se habrían encontrado ruinas de una antigua civilización extraterrestre. Por otro lado, el Premio Nobel de Economía, Joseph E. Stiglitz, nos explica que entre las ventajas de la globalización se cuentan la disminución de una situación de aislamiento experimentada por numerosos países en vías de desarrollo; la posibilidad real de un intercambio entre éstos y otros países desarrollados en un mercado internacional. La globalización ha permitido crecer a numerosos países mucho más rápidamente que en otras épocas; ha brindado a un mayor número de personas el acceso a un grado de conocimientos que sólo hace un siglo no era alcanzable ni por los más ricos del planeta. A todo ello ha colaborado, sin duda, el acceso a las fuentes de información, entre ellas, la más poderosa, Internet. Los ejemplos en ese sentido son múltiples, desde las posibilidades de interconectar políticas activas para mejorar las condiciones de países sometidos a peligros reales, como las minas anti- personas, o aquellas campañas destinadas a condonar las deudas de países demasiado pobres. En la parte negativa, no cabe duda de que la globalización ha favorecido una mayor diferencia entre los países ricos y los que se encuentran en vías de desarrollo; el número de pobres ha aumentado de forma dramática a escala global, mientras que los ricos lo son cada vez más. En África, los proyectos de desarrollo han chocado contra políticas mal orientadas que han precipitado en la miseria a un número creciente de población, mientras que las elites dirigentes acumulan mayores índices de riqueza.
“La historia la escriben los vencedores“. Sin embargo, en pocas ocasiones se tiene una exacta idea de hasta qué niveles de profundidad esto puede llegar a ser verdad. Existe otra frase que también forma parte del refranero popular: “la realidad supera a la ficción“. Si estamos de acuerdo en que ambas aseveraciones generalmente son correctas, no cabe más remedio que comenzar a pensar que la historia es sólo lo que se habría deseado que hubiera ocurrido. O sea, algo alejado de lo que realmente sucedió. Muchas veces les resulta necesario a los vencedores interpretar de forma cambiada los hechos, silenciar espinosas cuestiones ocurridas o, incluso, generar de la nada la historia. No sé si habéis visto la película “Una mente maravillosa“, protagonizada por Russell Crowe. La historia narra la vida del matemático John Nash, quien en 1994 obtuvo el Premio Nóbel de Economía por sus descubrimientos acerca de la denominada “Teoría de los Juegos“. En la película, el protagonista asevera que descubrió que Adam Smith —el padre de la economía —no tenía razón, cuando en el año 1776 en su obra “La riqueza de las naciones” esbozó su tesis principal y base fundamental de toda la teoría económica moderna. Según esta teoría el máximo nivel de bienestar social se genera cuando cada individuo persigue su bienestar individual, y nada más que ello. Pero es necesario remarcar que Nash descubre que una sociedad maximiza su nivel de bienestar cuando cada uno de sus individuos acciona en favor de su propio bienestar, pero sin perder de vista también el de los demás integrantes del grupo. Demuestra cómo un comportamiento puramente individualista puede producir en una sociedad una especie de “ley de la selva“, en la que todos los miembros terminan obteniendo menor bienestar del que podrían. Con estas premisas, Nash profundiza los descubrimientos de la Teoría de los Juegos, descubierta en la década del 30 por Von Neumann y Morgestern, generando la posibilidad de mercados con múltiples niveles de equilibrio según la actitud que tengan los diferentes jugadores, según haya o no una autoridad externa al juego, según sea el juego cooperativo o no cooperativo entre los diferentes jugadores. De esta manera, Nash ayuda a generar todo un aparato teórico que describe la realidad en forma más acertada que la teoría económica clásica de Adam Smith.
Walter Graziano nació en 1960 en la Argentina. Se graduó como economista en la Universidad de Buenos Aires. Hasta 1988 fue funcionario del Banco Central de su país y recibió becas de estudio del gobierno italiano y del Fondo Monetario Internacional para estudiar en Nápoles y Washington DC. Desde 1988 colaboró con medios gráficos y audiovisuales argentinos en forma simultánea a su profesión de consultor económico. En 1990 publicó Historia de dos hiperinflaciones y, en 2001, Las siete plagas de la Argentina, libro que preanunció la debacle económica y política de su país. Desde 2001 Graziano se encuentra abocado a los temas de esta obra, sus antecedentes históricos y cuestiones colaterales. También escribió un interesante libro, titulado “Hitler gano la guerra“, en que me he basado para escribir este artículo.El libro se ocupa de la situación actual de la estructura de poder mundial que lidera Estados Unidos. Los ex presidentes Bush y su familia se convierten en el eje de la investigación de Graziano. Desde la importancia que Bush padre tuvo para la CIA, hasta el peso del oligopolio petrolero en las decisiones políticas, los Bush son personajes nefastamente recurrentes en esta historia. El sujeto central de este libro es la “elite angloamericana”, y se muestra como el establishment norteamericano proviene de las oligarquías inglesas que conquistaron esa tierra siglos atrás.
En las facultades de Económicas de muchos países se sigue enseñando que Adam Smith (1723 – 1790), economista y filósofo escocés, no sólo es el padre de la economía, sino que además estaba en lo correcto con su hipótesis acerca del individualismo. De ello resulta que se contamina a la teoría económica con una visión ideológica, lo que instituye en ella todo lo contrario de lo que debería ser una ciencia. Muchos de los profesores que día a día enseñan economía a sus alumnos ni siquiera han sido informados de que, hace más de medio siglo, alguien descubrió que el individualismo, lejos de conducir al mejor bienestar de una sociedad, puede producir un grado menor de bienestar general e individual que el que se podría conseguir por otros métodos más cooperativos. Podría presuponerse que todos tendrían que frenar los desarrollos de las teorías que vienen sosteniendo para ponerse a repensar las bases fundamentales de la teoría económica. Ésta sería la lógica, sobre todo si se tiene en cuenta que, en lo relativo a la economía, las conclusiones de una teoría, y los consejos que a raíz de ella puedan dar los economistas, y las medidas que finalmente encaran los gobiernos y las empresas, de hecho alteran la riqueza, el trabajo y la vida diaria de millones y millones de personas. Los efectos sobre la humanidad pueden ser mayores que en otras ciencias. Cuando se hacen recomendaciones económicas, se está tocando directa o indirectamente el destino de millones de personas, lo que debería imponer la prudencia, no sólo en quienes elaboran las políticas económicas sino también en quienes opinan y aconsejan. Por lo tanto, el descubrimiento de Nash acerca de la falsedad de la teoría de Adam Smith debería haber puesto en estado de alerta y en emergencia a la comunidad de los economistas en el planeta entero. Ello, por supuesto, no ocurrió, en buena medida debido a que sólo un reducido núcleo de profesionales de la economía se enteró, a inicios de 1950, de la verdadera profundidad de los descubrimientos de Nash. Habría que preguntarse, por ejemplo, si la propia globalización hubiera sido posible, en su actual dimensión, en el caso de que los descubrimientos de Nash hubieran tenido la repercusión que merecían, si los medios de comunicación los hubieran difundido y si muchos de los economistas considerados más prestigiosos del mundo, muchas veces financiados por universidades norteamericanas que deben su existencia a grandes empresas del sector privado, no los hubieran dejado olvidados.
En forma prácticamente simultánea a los descubrimientos de Nash, dos economistas, Lipsey y Lancaster, descubrieron el denominado “Teorema del Segundo Mejor“. Lo que Lipsey y Lancaster descubrieron es que es posible que un país funcione mejor con una mayor cantidad de restricciones e interferencias estatales, que sin ellas. O sea que bien podría ser necesaria una muy intensa actividad estatal en la economía para que todo funcione mejor. Lo que se pensaba hasta ese momento era que lo mejor para un país era la menor cantidad de restricciones posibles al funcionamiento de plena libertad económica. Pues bien, Lipsey y Lancaster derrumbaron hace más de medio siglo ese preconcepto. Como consecuencia directa de ello, reaparecen en el centro de la escena temas como aranceles a la importación de bienes, subsidios a la exportación y a determinados sectores sociales, impuestos diferenciales, restricciones al movimiento de capitales, regulaciones financieras, etcétera. Al igual que lo ocurrido con la Teoría de los Juegos, el Teorema del Segundo Mejor apenas se explica a los economistas en universidades públicas y privadas. Un caso típico es el de la ex Unión Soviética. Gorbachov en su momento decidió desregular, privatizar y abrir la economía eliminando rápidamente la mayor cantidad de barreras posibles a la libre competencia. No le fue bien. Lejos de progresar rápidamente, la economía rusa cayó en una de las peores crisis de su historia. Si se hubieran aplicado los postulados de Lipsey y Lancaster, se habría tenido más cautela y muy probablemente las cosas no habrían salido tan mal. Sin embargo, esto es lo que precisamente se ha venido haciendo cada vez con más intensidad, sobre todo desde la década de 1990, cuando, al ritmo de la globalización, se han encontrado recetas que se han enseñado como universales, como verdades reveladas, que todo país debe aplicar. Se impuso una ideología falsa con la que muchos gobiernos, en muchos casos sin saberlo, toman decisiones económicas. Mientras estas teorías de Nash, Lipsey y Lancaster no recibían atención, en los medios de comunicación tenían una gran difusión las teorías desarrolladas en la Universidad de Chicago. Milton Friedman, también premio Nobel en Economía, comienza a desarrollar en la década de 1950 la denominada “Escuela Monetarista“. Friedman y sus seguidores llegan a la conclusión de que la actividad del Estado en la economía debe reducirse a una sola premisa básica: emitir dinero al mismo ritmo en que la economía está creciendo. La lógica intrínseca de este razonamiento es que el dinero sirve como lubricante de la economía real. Por lo tanto, si una economía en forma natural crece muy rápidamente, necesita que el Banco Central de dicho país genere más medios de pago que si está estancada. Toda otra política económica estatal es desaconsejada por Friedman.
La Escuela Monetarista tuvo un enorme grado de difusión en todo el mundo, aun cuando los bancos centrales de los principales países desarrollados jamás aplicaron los consejos de Friedman, con la sola excepción de Margaret Thatcher, que, tras un breve período de aplicación de unos cuantos meses de las políticas monetaristas en Inglaterra, necesitó ganar una guerra de las Malvinas para recuperar la popularidad perdida por los desastrosos resultados, que habían elevado el desempleo en Inglaterra a niveles pocas veces vistos del 14%, sin siquiera acabar con la inflación. Fue el único y muy breve caso de aplicación de las recetas de esta escuela en países desarrollados. Cabe aclarar que hay generalmente dos clases de gente para las cuales las fórmulas de Friedman han resultado de una atracción poco menos que irresistible: teóricos en economía y grandes empresarios. Pero ambos, por motivos bien diferentes. Para muchos economistas teóricos, la atracción que producían las teorías de Friedman provenían de la sencillez de su recomendación: “Emita moneda al ritmo que usted crece“. Milton Friedman parecía proporcionar una ley de aplicación universal al campo económico. Pero no todos quienes fueron atraídos por las teorías de Friedman lo hacían por esos motivos: una buena parte del establishment veía en la generación y en la aplicación de este tipo de teorías la posibilidad de derrumbar un gran número de trabas y regulaciones estatales en muchos países, pudiendo así ensanchar su base de negocios a zonas del planeta que permanecían ajenas a su actividad. Esto explica el alto perfil que alcanzaron las teorías monetaristas, a pesar de estar fundadas en los incorrectos supuestos de Adam Smith antes mencionados, y su presencia constante en los medios de comunicación, muchas veces propiedad de ese mismo establishment. Desde 1960, la Escuela Monetarista y su hija directa, la Escuela de Expectativas Racionales, de Robert Lucas, han ocupado el centro de la escena en universidades, centros de estudio y medios de comunicación. La Escuela de Expectativas Racionales reduce aún más el papel para el Estado de lo que ya lo había hecho la Escuela Monetarista. Un país, según Lucas, no debe hacer nada más allá de cerrar su presupuesto sin déficit. Si el desempleo es de dos dígitos, no debe hacer nada. Si la gente literalmente se muere de hambre, no debe hacer nada. Un buen ministro, para esa escuela, debe dejar en “piloto automático” a la economía de un país, y sólo debe preocuparse de que el gasto público esté íntegramente financiado con recaudación de impuestos. ¿Les suena?
La hipótesis fundamental de Robert Lucas es que el ser humano posee perfecta racionalidad y toma sus decisiones económicas sobre la base de ella. Esta hipótesis psicológica fue duramente criticada, pero Lucas y sus seguidores se escudaron en el razonamiento de que no hacía falta que cada uno de los operadores económicos fuera perfectamente racional, sino que sólo era necesario que el promedio de los operadores económicos se comportara con perfecta racionalidad para que sus teorías fueran válidas. Para Lucas, todas las sociedades del mundo, en todo momento del tiempo, toman sus decisiones económicas con perfecta racionalidad. Las decisiones de consumo, ahorro, inversión se hacen, según Lucas, sabiendo perfectamente bien qué es lo que el gobierno está haciendo en materia económica. Por lo tanto, para Lucas y su gente, cualquier iniciativa estatal para cambiar el rumbo natural con el que una economía se mueve no sólo es inútil sino contraproducente. Es así que Lucas y su gente llegaron a la conclusión de que lo mejor que puede hacer todo gobierno del mundo en cualquier momento, en materia económica, es no realizar nada que no sea mantener el equilibrio fiscal. Es difícil entender cómo puede ser que estas ideas hayan acaparado la atención de economistas y de los medios de comunicación de la manera que lo hicieron. Cualquier economista que no perteneciera a esta corriente y que abjurara de ella era visto poco menos que como un dinosaurio. Nadie se preguntaba cómo puede ser que la teoría económica de todo el planeta estuviera en manos de un ingeniero, como Lucas, puesto a esbozar teorías psicológicas. Sin el sello de Chicago, las teorías de Lucas probablemente hubieran causado hilaridad y hubieran mandado al ingeniero a construir puentes o edificios, en vez de intentar explicar cómo funciona la economía mundial y la psiquis promedio de toda sociedad. Para Lucas, entonces, si los gobiernos no se meten con la economía, ésta logra muy fácilmente el pleno empleo. Todo es cuestión de que los gobernantes levanten todo tipo de restricciones a la competencia perfecta y cuiden que no haya déficit fiscal. Nada más que eso, y en forma mágica, se llega al pleno empleo. Lucas nos quiere hacer creer que la tasa de crecimiento demográfico en cualquier país iguala, en poco tiempo, la tasa de generación de empleo. Que es lo mismo que decir que la gente opta por reproducirse al mismo ritmo en que se ponen avisos clasificados en búsqueda de obreros y empleados en los diarios. Sin embargo, habría una forma de pensar que Lucas podía tener algo de razón. Ello se da si pensamos la existencia humana con un criterio malthusiano.
Thomas Robert Malthus, ensayista inglés del siglo XIX, pensaba que mientras las poblaciones humanas se multiplican en forma geométrica, mientras que los medios de subsistencia, como los alimentos, lo hacen sólo aritméticamente. Por lo tanto, la sobrepoblación era, para Malthus, el peor peligro que acechaba al planeta. De esta manera, las guerras, las hambrunas o las epidemias eran “sanos” métodos de corregir el fantasma de la sobrepoblación. El tiempo no dio la razón a Malthus, ya que la población mundial ha crecido increíblemente en los últimos dos siglos. A pesar de ello, el establishment norteamericano es un ferviente creyente de las ideas malthusianas. Baste con señalar que el obsequio que el presidente George Bush le hizo al ex presidente argentino Kirchner en su visita a Washington DC no fue otro que la principal obra de Malthus, llamada Un ensayo sobre el principio de la población, del año 1798. El corolario de la teoría de Lucas es entonces que en forma universal la tasa de crecimiento demográfico iguala la tasa de generación de empleo. Si se posee una filosofía malthusiana, es por supuesto mucho más fácil creer en la Escuela de las Expectativas Racionales. Pero, ¿por qué el establishment, norteamericana, es creyente de Malthus, aun cuando la realidad demostró que no estaba en lo correcto? Porque estiman que es sólo una cuestión de tiempo, hasta que Malthus esté en lo correcto. Como la energía del planeta está basada en recursos no renovables, lo que buena parte del establishment anglonorteamericano cree es que, a medida que el petróleo se agote, Malthus irá teniendo razón. Si no hay energía disponible para transportar los alimentos o para producirlos, una buena parte de la población podría estar destinada a desaparecer. Todo sería cuestión de determinar quienes, y para ello, la élite de negocios norteamericana usa la teoría de otro inglés famoso: Charles Darwin. Darwin fue el creador de la Teoría de la Selección Natural. Esta teoría predica que las especies más aptas, que mejor se amoldan al medio, sobreviven y se reproducen, y las menos aptas perecen y se extinguen. Aplicar una combinación de las principales tesis de Malthus y Darwin a las sociedades implica adoptar una posición racista, en forma sistemática. Pensar en reemplazar la tecnología del petróleo por otra, desde el punto de vista económico, presenta más de un riesgo, ya que un eventual reemplazante barato del petróleo podría poner en un riesgo elevado la salud financiera de las enormes empresas petrolíferas y, por lo tanto, de los mercados financieros en su conjunto. Por otro lado, un reemplazante del petróleo barato y abundante podría sacar de la pobreza a millones de personas.