SAN FRANCISCO DE ASIS
Nacimiento (enero-febrero 1182). Francisco nació en Asís, ciudad umbra del centro de Italia, en ausencia del padre, Pedro de Bernardone, rico importador de tejidos franceses de calidad, que luego vendía en los mercados de la región. Su madre, madonna Pica, lo bautizó con el nombre de Juan, pero su padre, al volver, empezó a llamarlo «Francesco» (francés). El mísmo día de su nacimiento un peregrino llamó a la puerta de su casa y recibió de Pica una generosa limosna. Entonces él, agradecido, bendijo al pequeño, anunciando que sería uno de los hombres más buenos del mundo.
Educación y carácter
(1196-1198) El niño recibió de su madre una buena educación. Fue a la escuela de su parroquia, San Jorge, y a los 14 años empezó a trabajar en la tienda del padre, demostrando ser un hábil comerciante. El estudio grafológico de su escritura nos revela a un hombre con alma de artista, creativo, voluntarioso, altruista al máximo y con tendencia a imponerse sobre los demás. Los biógrafos lo describen como un joven alegre y expansivo por naturaleza, con talla de líder entre los amigos. Tenía buenos sentimientos y, más que generoso, era derrochador, y muy vanidoso. Le gustaban las canciones de moda y vestir a la última. Él mismo se diseñaba la ropa. La madre, recordando tal vez las palabras del peregrino, salía al paso de los comentarios de las vecinas diciendo: «algún día lo veréis hijo de Dios». Un hombre muy simple de Asís, que al parecer presenció también la escena del peregrino-, a veces extendía la capa a su paso, anunciándole gloria y proezas. Prisión y enfermedad de un joven soñador (1198-1204)Asís, perteneciente desde hacía siglos al ducado longobardo de Espoleto, en 1198 pasó a depender del papa Inocencio III, ocasión que los asisanos aprovecharon para proclamar un régimen autónomo, el Comune o Comunidad, destruyendo la fortaleza de la Roca, símbolo del poder imperial, y las casas-torres de los señores feudales, y reconstruyendo de prisa las murallas de la ciudad.Los nobles que no aceptaron el nuevo régimen tuvieron que emigrar a la cercana Perusa, secular enemiga de Asís. Entre ellos iba la familia de Clara de Favarone, que tenía apenas 8 años, mientras Francisco, con 19, se alistaba en el ejército asisano para defender los límites entre ambas ciudades. En noviembre de 1201 el ejército asisano fue derrotado en Ponte San Giovanni, junto a Collestrada, y Francisco permaneció un año prisionero en Perusa, antes de que un acuerdo de paz le permitiera regresar a su casa. Mas no por eso se desanimaba. A los compañeros de prisión, que le reprochaban su incurable optimismo, les replicaba: «Algún día me veréis honrados por el mundo entero». Al volver de Perusa cayó gravemente enfermo. Cuando pudo levantarse y dar los primeros pasos con ayuda de un bastón, se asomó con ansia a contemplar la inmensa llanura asisana, pero notó con asombro que las cosas ya no eran como antes. Estaba madurando. El sueño de las armas y la voz de Espoleto (verano, 1205)El 15 de junio moria en Salerno el conde Juan de Brienne, luchando por los intereses del Papa y del pequeño emperador Federico II, que su padre Enrique VI había encomendado al pontífice antes de morir. Su lugar fue ocupado por el conde de Lecce Gentil de la Paleara, que combatía en Puglia. Éste buscó enseguida refuerzos en el valle de Espoleto, y un noble de Asís quiso responder con un pequeño contingente, al que Francisco quería agregarse. Convencido de que llegaría a ser un gran príncipe, estaba dispuesto a todo.Una noche soñó con un palacio lleno de riquezas, armas y trofeos de guerra y una bella esposa. Una voz le decía que todo sería suyo y de su ejército, si luchaba bajo el estandarte de la cruz. Tomándolo como un presagio, contrató un escudero y se encaminó hacia la Puglia, mas, al llegar a Espoleto, la voz le salió al paso de nuevo: «¿A dónde vas, Francisco?», le decía; y él, comprendiendo por fin quién era el que le hablaba, respondió: ¿Señor, qué quieres que haga?». La respuesta fue: «Vuelve a Asís, porque el sueño tienes que interpretarlo de otro modo. Yo te diré lo que tienes que hacer». Una dulzura interior (verano-otoño, 1205)Francisco ya no era el mismo. Seguía haciendo vida normal, pero algo lo atraía interiormente. Un día sus amigos lo nombraron, «jefe de cuadrilla». Según costumbre debía pagarles un banquete. Lo nombraban a él casi siempre, porque sabían que no reparaba en gastos. Pero esa noche, cuando, comidos y bebidos, recorrían cantando las calles y plazas de la ciudad, algo lo dejó absorto y clavado en el sitio. Los compañeros. se asustaron al verlo tan inmóvil. Cuando volvió en sí, alguno dijo, bromeando: «¿En qué pensabas Francisco? ¿En casarte?»; a lo que él replicó, con tono misterioso: «Sí, con la mujer más hermosa que os podáis imaginar». Arrebatos de este tipo se le repetirán en más ocasiones. Interés por los pobres (verano-otoño, 1205)Francisco, siempre generoso con los pobres, ahora lo era mucho más. Un día despidió de la tienda a un mendigo con malos modos, pero enseguida se dijo: «Si te hubiese pedido algo en nombre de un gran señor se lo habrías dado. ¡Cuánto más deberías darle, si te lo pidió en el nombre del Señor de señores!» Y se comprometió a no negar nunca más una limosna a quien se la pidiera por el amor de Dios. Si no llevaba dinero, les daba el cinto, la gorra o la camisa. En casa, a la hora de comer, cortaba más pan del necesario, con la esperanza de que algún pobre llamara a la puerta para darle un trozo. La madre lo observaba y meditaba en silencio ese cambio tan repentino, sabiendo que antes sólo vivía pendiente de que los amigos vinieran a buscarlo, para irse con ellos. Y no eran sólo los pobres, también le atraía la pobreza. En cierta ocasión peregrinó a Roma y, después de echar una generosa limosna en el cepillo del altar de San Pedro, cambió sus ropas por las de un pordiosero y se puso pedir en francés -que no lo dominaba bien- tal vez para pasar inadvertido. Busca lugares solitarios para orar (verano-otoño, 1205)En sus ratos libres se retiraba a orar en lugares solitarios. A veces iba a una cueva o «cripta» que, según la tradición, estaba en las inmediaciones de la iglesia de Santa María la Mayor o del Obispado, no lejos de su casa. Al amigo que lo acompañaba le explicaba, con mucho misterio, que había descubierto un tesoro, en alusión, sin duda, al tesoro escondido del reino por el cual, según la parábola de Jesús, un rico comerciante es capaz de venderlo todo. Allí, en lo secreto, oraba con ansia, pidiendo al Señor le revelase su voluntad, pero también tuvo que hacer frente a sus propios miedos, ya que temía que por ese camino podría terminar igual que una pobre paisana suya, horriblemente deforme. Sería lo peor que podría ocurrirle a un joven como él, sensible, delicado, cuidadoso de su imagen y amante de todo lo bello. Encuentro con el leproso (otoño, 1205)Lo que más le repugnaba a Francisco era ver leprosos. No los soportaba ni de lejos; pero un día le reveló el Señor que, si quería conocer su voluntad, tenía que cambiar, hasta el punto que lo amargo se le volviera dulce y lo dulce amargo. Al día siguiente se le cruzó un leproso en el camino, y quiso hacer la prueba: bajó del caballo, le besó la mano y le dio una limosna. Tuvo que hacer un terrible esfuerzo, mas luego experimentó tal dulzura, que desde entonces empezó a frecuentar la leprosería, para dar limosna a los enfermos y curar sus llagas purulentas. San Damián: «Repara mi Iglesia» (noviembre-diciembre, 1205)Un día salió a dar un paseo y entró a rezar en la vieja iglesia de San Damián, fuera de Asís. Y, mientras rezaba delante del Crucifijo puesto sobre el altar, tuvo una visión de Cristo crucificado que le traspasó el corazón, hasta el punto de que ya no podía traer a la memoria la pasión del Señor sin que se le saltaran las lágrimas. Y sintió que el Señor le decía: «Francisco, repara mi iglesia; ¿no ves que se hunde?».El Señor se refería a la Iglesia de los creyentes, amenazada, como siempre, por mil peligros, mas él entendió que se refería a San Damián y, como era rico, pensó que era cuestión de dinero. Se fue a la tienda de su padre, cargó el caballo con las mejores telas y se fue a venderlas al mercado de Foliño. Al regreso entregó el dinero a messer Pedro, el cura de San Damián, más éste no quiso aceptar, temiendo que fuese una burla, y por miedo a sus padres. Entonces Francisco decidió quedarse allí, y reparar él personalmente la iglesia y ayudar a los pobres, según sus planes. Renuncia a todos sus bienes (invierno, 1205-1206)La brusca reacción de Pietro Bernardoni al saber lo ocurrido obligó al hijo a permanecer escondido más de un mes en un sótano, atendido en secreto por alguien de su casa. Allí lloraba y rezaba, pidiendo al Señor verse libre de las iras del padre; hasta que, un día, experimentó tal dulzura, que no dudó en salir a la luz y exponerse a las burlas de sus paisanos, que lo tomaban por loco, y a la violenta furia del padre, que lo encerró sin contemplaciones en un cuarto oscuro de su casa. Pero la madre, viendo que nada podía hacer entrar en razón a Francisco, aprovechó una de las ausencias del marido para dejarlo libre. Cuando el padre regresó, viendo que no sólo se mantenía en su propósito, sino que además le hacía frente, lo denunció a los cónsules de la ciudad, con intención de desheredarlo y desterrarlo; mas Francisco se negó a comparecer, alegando su propósito de consagrarse al Señor. Entonces Pedro Bernardoni trasladó la denuncia al obispo y éste citó a ambos a juicio y logró convencer al hijo para que devolviera el dinero, animándolo a comportarse como un hombre y a confiar en el Señor, que ya le daría los medios para reparar la iglesia. Dicho y hecho: Francisco entró en la antecámara del obispo, se quitó toda la ropa, la dobló cuidadosamente y puso encima el dinero; luego salió fuera y, ante el asombro de todos, devolvió todo a su padre, diciendo: «Ya no diré más padre mío Pedro de Bernardone, sino, solamente, Padre nuestro que estás en los cielos». El obispo, que lo había cubierto inmediatamente con su capa, pues era pleno invierno, trataba de descifrar el significado de todo aquello, que no era sino la consagración improvisada y atípica de un penitente. Poco después le dejaron la túnica corta del hortelano del obispado, y así, desnudo, como explica San Buenaventura, se dispuso a seguir a Cristo pobre y desnudo, en una nueva vida radicalmente distinta a la anterior. El padre se marchó furioso a su casa, dejando al hijo sin nada y a los testigos de la escena indignados y llorando de compasión. No se sabe cuando murió, pero es seguro que fue antes de mayo de 1215, fecha en que al hermano de Francisco, en un acto notarial, lo llaman Ángel «de Pica», y no «de Pedro Bernardoni».
En Gubbio y con los leprosos(invierno, 1206). Casi desnudo y tiritando de frío, después de desprenderse de todos sus bienes Francisco tomó el camino de Gubbio, buscando estar a solas con el Señor. En el camino lo apalearon unos bandidos, ante los cuales se presentó como «el heraldo del gran Rey». Las aguas en crecida del Chiascio lo obligaron a permanecer en un monasterio, probablemente Santa María de Valfabbrica, donde no fue muy bien tratado por los monjes. En cuanto pudo continuó hasta Gubbio. Allí un comerciante de telas amigo suyo, Federico Spadalunga, le regaló una túnica. Luego permaneció algún tiempo en un lazareto, no se sabe si en Gubbio o en Asís, sirviendo a los leprosos.
Repara San Damián(1206-1208). Recordando el mandato del Señor, Francisco regresó pronto a San Damián, para reparar la iglesia. El sacerdote, conociendo su delicada vida anterior, le preparaba bien de comer, más él se dijo a sí mismo que no era esa la vida de pobre que había escogido, así que se propuso ir de casa en casa, escudilla en mano, a mendigar su comida. El primer día casi vomitó, viendo aquellos comistrajos mezclados en el plato, pero de nuevo se hizo violencia, comió y le supo a gloria. Desde entonces pidió al sacerdote que no le preparase más de comer. También mendigaba piedras para la obra y aceite para la lámpara del crucifijo, a veces en francés y pasando mucha vergüenza. Su padre, al verlo, lo maldecía, mas él encontró el antídoto en Alberto, un anciano pobre de Asís, que lo bendecía a cambio de la mitad de sus limosnas. También el hermano se burlaba de él al verlo en oración y tiritando de frío, mas Francisco no se echaba atrás por ello.
«No llevéis nada para el camino»(24 febr. 1208). Dos años tardó en reparar la iglesia con ayuda de algunos pobres, a quienes anunciaba que aquel lugar llegaría a ser un día un monasterio de mujeres santas. Francisco vestía de ermitaño, con túnica larga, sandalias, cinturón de cuero y bastón, usaba alforja y recibía dinero, hasta que un día, en misa, oyó el evangelio de la misión de los apóstoles (Mt 10), cuando Jesús los envía de dos en dos a evangelizar, a curar leprosos y a echar demonios, sin nada por el camino. Al oírlo, exclamó diciendo: «Eso es lo que buscaba, y lo que quiero practicar con todo mi corazón», y se desnudó de nuevo, abandonando el bastón, la alforja, el cinturón, las sandalias y el dinero, quedando sólo con los calzones, una túnica con capucho grande cosido a la espalda, y una cuerda a la cintura. En adelante no quiso tener nada más.
Primeros compañeros(15-16 abril, 1208). A partir de entonces Francisco empezó a saludar con la paz, según el evangelio, y a invitar a todos a la conversión, bajo la mirada atenta de algunos jóvenes que lo observaban con interés. Un día, Bernardo de Quintavalle, rico como él, lo invitó a cenar y a dormir en su casa y le manifestó su deseo de seguirlo. Al día siguiente, muy temprano, fueron a buscar a Pedro Cattanei, canónigo de San Rufino, y se fueron con él a la iglesia de San Nicolás, atendida por los canónigos. Acabada la misa, Francisco pidió a Pedro que les ayudara a encontrar en los Evangelios lo que tenían que hacer (los textos estaban en latín). Abrieron el evangeliario (que ahora se conserva en la Walters Art Gallery de Baltimore, USA) y dieron con estos pasajes: «Si quieres ser perfecto, vende todo lo que tienes y dalo a los pobres, y tendrás un tesoro en el cielo» (Mt 19, 21), «no toméis nada para el camino» (Lc 9, 3) y «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga» (Lc 9, 23), después de lo cual exclamó el santo: «hermanos, esta es nuestra regla y vida, y la de todos los que quieran unirse a nosotros. Id, pues, y cumplir lo que habéis oído». Ambos vendieron cuanto tenían, según sus posibilidades, y lo distribuyeron todo entre los hospitales, monasterios, leprosería y pobres de Asís, con ayuda de Francisco. Tanto desprendimiento dio qué pensar a otro canónigo, muy avaro, de nombre Silvestre, que acabará por unirse al grupo después de la aprobación de la Regla. Bernardo, Pedro y Francisco se instalaron desde el primer momento en un tugurio o choza abandonada en la llanura, junto a un riachuelo llamado Rivotorto. Con fray Gil, primera incursión apostólica(23 abril y ss., 1208). A los siete días, un joven de condición humilde, después de oír misa en San Jorge (era la fiesta de este santo, se fue con ellos a Rivotorto, y Francisco lo recibió muy contento, invitándolo a alegrarse por haber sido «elegido por Dios como caballero y servidor suyo amado en la perfecta observancia del Evangelio». Pocos días después, ambos se fueron de gira «apostólica» por la Marca de Ancona, dejando a todo el mundo perplejo por la manera extraña de vestir y de saludar y por su aspecto desaliñado. Dos niños los tomaron por el «coco», unos campesinos los confundieron con hechiceros que embrujaban al ganado, las muchachas corrían asustadas y la mayoría los tomaba por locos, más Francisco animaba a fray Gil, anunciándole que la orden llegaría a ser como el pescador que saca la red llena de peces y selecciona a los más grandes. En Gualdo Tadino fueron tan mal recibidos, que Francisco no dudó en sacudirse el polvo de los pies, como dice el Evangelio. Pobres como Cristo y su Madre «pobrecilla»(mayo-junio, 1208). Ya e regreso en Asís se unieron al grupo otros tres: Sabatino, Juan de Capella y Morico «el Chico». Francisco los quería fundados en la pobreza, viviendo como pobres y peregrinos en este mundo; y en la humildad, sirviendo a todos, sobre todo a los marginados, los pobres y débiles, los enfermos y leprosos y los mendigos. Al principio, él mismo pedía limosna por todos, hasta que, viendo que era superior a sus fuerzas, les explicó que no tenían que avergonzarse de mendigar, pues esa era la herencia legada por Cristo a cuantos quieren ser pobres como él y su madre «pobrecilla». Pero los parientes y paisanos casi no les daban nada, ya que les parecía una estupidez darlo todo para luego vivir a costa de otros. Al obispo Guido I también le parecía demasiado áspera y rigurosa aquella forma de vida y el propósito de no tener nada en este mundo, pero Francisco replicaba que las propiedades hay que defenderlas con las armas, y de ahí nacen disputas y pleitos. La realidad de algunos monasterios de la región era , efectivamente, esa.
Rezar Padrenuestros y adorar la cruz(mayo-junio, 1208). La oración del grupo de Rivotorto era más mental que oral, pues no tenían libros para el rezo del oficio. Francisco les propuso que rezaran tres Padrenuestros por cada hora canónica y oír misa cada mañana, y los exhortaba a «leer» el libro de la cruz de Cristo, para lo cual plantó una cruz de madera en medio del tugurio . Además les enseñó a repetir siempre esta oración, cada vez que encontrasen una: «Te adoramos, Señor Jesucristo, aquí y en todas tus iglesias que hay en el mundo entero, y te bendecimos, pues por tu santa cruz redimiste el mundo». Por último, les enseñaba a respetar a los sacerdotes y demás ministros católicos, a quienes él mismo, según su testamento, honraba como a sus señores, tratando de mirar en ellos no sus pecados, sino al Hijo de Dios.
De dos en dos por el mundo(verano, 1208). Por este tiempo se agregó al grupo el octavo miembro, fray Felipe Longo de Andria (castillo cercano al lago Trasimeno). Francisco, mientras tanto, se dedicaba a llorar su vida pasada, hasta que, en cierta ocasión, la gracia del Señor le concedió ver el futuro de la orden. Entonces, un día se retiró con sus siete compañeros en el bosque de la Porciúncula (solían hacerlo los días festivos, a raíz, según parece, del relato de un campesino que contó al santo haber oído allí de noche cantos de ángeles), y les habló asi: «El Señor no nos ha llamado sólo para nuestro bien. Tenemos que dispersarnos para socorrer al mundo en peligro con la palabra de Dios y nuestro buen ejemplo». Ellos se excusaron alegando su ignorancia, más él los animaba diciéndoles que el Espíritu del Señor hablaría por ellos, y que soportaran todo con paciencia y humildad. Y, para quitarles el miedo, les anunció que el Señor haría pronto de ellos una gran multitud y que muchos nobles e intelectuales se unirían a ellos para predicar a reyes, príncipes, naciones y pueblos numerosos, y los extendería por todo el mundo. Después de haberlos animado con estos y otros consejos de inspiración evangélica, los fue enviando de dos en dos hacia los cuatro puntos cardinales, no sin antes haberlos abrazado uno por uno, diciéndoles: «Confía en el Señor, que él te ayudará».
Grandes penalidades(1208-1209). Los hermanos se esforzaron por cumplir todo lo mandado: se postraban ante el signo de la cruz, saludaban con la paz, exhortaban a todos a temer y amar al Creador y a cumplir sus mandamientos. Unos los escuchaban con agrado, otros los acosaban con preguntas que no siempre sabían responder, muchos los trataron con desprecio y como a delincuentes. Tuvieron que padecer frío, hambre, sed y muchas tribulaciones, mas ellos no se entristecían ni se quejaban por nada, nada reclamaban, rezaban por todos, se manifestaban un profundo amor mutuo y no aceptaban dinero, en vista de lo cual algunos recapacitaban y les pedían perdón por haberlos maltratado. Fray Gil y fray Bernardo peregrinaron a Santiago de Compostela. Ese mismo verano estaban en España, obligados a dormir, a veces, al aire libre, en alguna era, y a comer habas o lo que encontraban. Fray Gil anduvo 20 días sin capucho, porque no tenía otra cosa que darle a un pobre. En el invierno siguiente estaban ya de regreso en Italia. En Florencia a duras penas lograron dormir en el porche de una casa, junto a un horno, sin una manta siquiera con qué taparse. Por la mañana temprano se fueron a rezar a la iglesia cercana, y allí conocieron a Guido Volto dell’Orco, que se interesó por ellos y les ofreció su casa y todo cuanto necesitaran. De lo sucedido a los otros hermanos y a Francisco durante esta misión no hay noticias, aunque podemos suponer que su suerte no fue distinta a la de Gil y Bernardo. Francisco recorrió, al parecer, en esta ocasión el valle de Rieti. En Poggio Bustone, donde se cuentan algunas leyendas sin fundamento, recuerdan su paso y su original saludo: «¡Buenos días, buena gente!Redacción de la primera Regla(marzo-abril, 1209). En el tiempo convenido, el grupo regresó crecido a Rivotorto. A los ocho primeros se habían agregado Bárbaro, Juan de San Constanzo y Bernardo de Vigilante. Reunidos en la Porciúncula, cada cual contó a Francisco su experiencia y le pidió perdón por las posibles negligencias cometidas. Él, por su parte, les expuso su proyecto de escribir una regla de vida, y de solicitar al Papa su aprobación . Fue el Señor quien se lo inspiró, como recuerda él mismo en su Testamento, pero también debió de influir el hecho de que todos les preguntaban quiénes eran y a qué orden pertenecían. Aparte de eso, en aquellos años el Papa había aprobado la regla o «propósito» de vida de algunos grupos de vida apostólica y evangélica semejante a la de ellos y, sin dicha aprobación, corrían el riesgo de ser considerados herejes. La Regla primitiva era muy breve, formada por algunos textos evangélicos y unas pocas normas esenciales, como el modo de ser recibidos en la Orden y la forma del hábito, la vida de oración, el trabajo manual y cómo debían ir los hermanos por el mundo.
Aprobación oral de la Regla(abril, 1209). Animado por el sueño de un árbol corpulento y alto, cuya copa se inclinaba ante él, Francisco y los suyos se pusieron en camino, a las órdenes de Bernardo de Quintavalle. A mitad de camino, en Rieti, se les unió el caballero Ángel Tancredi, alcanzando así el número apostólico de doce. En Roma los encontró el obispo Guido I de Asís, que ignoraba sus proyectos. Con su recomendación, el cardenal Juan de San Pablo examinó sus intenciones y decidió presentar a Francisco a Inocencio III. La primera entrevista fue un desastre, pero el papa, esa misma noche soñó que un fraile muy pobre sostenía la Basílica de Letrán con sus hombros. Entonces mandó buscar a Francisco y, aunque le puso muchas objeciones, después de oírle contar una parábola acerca del cuidado providencial de Dios sobre los hermanos, se convenció de que era un hombre de Dios y les aprobó la Regla provisionalmente, con permiso para predicar. Según una antiquísima tradición, la aprobación tuvo lugar el 23 de abril de 1209.
¿Vida eremítica o apostolado?(abril-mayo, 1209). Los hermanos, que no salían de su asombro, visitaron los sepulcros de San Pedro y San Pablo antes de abandonar Roma. Se detuvieron quince días en un lugar abandonado cerca de Orte, contentos de no poseer nada, ni siquiera un lugar donde habitar. Luego prosiguieron hacia Rivotorto. Por el camino se planteaban si debían dedicarse a la vida eremítica o al apostolado entre la gente. Este problema no quedó nunca resuelto del todo, y está en la raíz de las futuras divisiones en la Orden.
Vida de oración, trabajo y predicación(1209-1210). En Rivotorto llevaban una vida rigurosa de oración, trabajo, mortificación y extrema pobreza. La estrechez era tal, que Francisco tuvo que escribir el nombre de cada uno en los palos de la choza. Los hermanos se amaban con amor entrañable y vivían en paz y mansedumbre entre ellos y con todos, eran intachables y evitaban cualquier escándalo. Respetaban a los sacerdotes y no querían ver pecados en ellos, hasta el punto de tener como confesor a uno de vida poco recomendable. Vivían en continuas oraciones y alabanzas, rezaban los Padrenuestros en cada hora del Oficio divino, lloraban sus pecados pasados, se mortificaban de mil modos y aceptaban sólo lo necesario para vivir. Si alguno se excedía en las penitencias y ayunos, Francisco lo exhortaba a la prudencia. Vivían de limosna o del trabajo manual, que el santo recomendaba para combatir el ocio. De hecho, tuvo que despedir a un hermano a quien llamaba «fray mosca», porque rezaba poco, no quería trabajar, pero comía por cuatro. Sus principales ocupaciones eran el cuidado de los leprosos, la ayuda a los campesinos más pobres y la reparación de la iglesia de San Pedro de la Espina, a un kilómetro de Rivotorto. También predicaban en las parroquias de la diócesis. Un sábado por la noche, estando Francisco orando en un chamizo del huerto de los canónicos de San Rufino, en espera de predicar a la mañana siguiente en la catedral, los hermanos, que estaban en el tugurio, vieron aparecer un carro con una bola de fuego que iluminó la habitación, y comprendieron que era el mismo Francisco que, a pesar de estar ausente, seguía velando por ellos.
El emperador pasa por Rivotorto(finales de septiembre, 1209). El emperador Otón IV de Brunswich, yendo de camino hacia Roma para ser coronado emperador por Inocencio III, atravesó el valle de Espoleto y pasó por delante mismo del tugurio, pero Francisco no permitió que ningún hermano se asomara a verlo; tan sólo a uno de ellos le ordenó que le saliera al paso, anunciándole lo pasajero de su gloria. El emperador, efectivamente, fue depuesto un año después.
Traslado a la Porciúncula(1210). Cierto día llegó al tugurio de Rivotorto un campesino con su asno para cobijarse en él y, para evitar que lo echaran, se puso a decir al animal: «entra, que ayudaremos a los hermanos a mejorar este sitio». Eso molestó mucho a San Francisco, pues no era su intención ampliar el lugar, ni estaba dispuesto a permitir que la gente les estorbara su forma de vida. Y, puesto que el grupo seguía creciendo, propuso a sus hermanos buscar una pequeña iglesia donde poder rezar y ser sepultados. Ante la respuesta negativa del obispo y de los canónigos, se dirigieron a los benedictinos del monte Subasio, que les cedieron la iglesia de Santa María de la Porciúncula, la misma que el Santo había deseado tener desde un principio. Más hermanos(1210-1212). Por este tiempo entró en la Orden un joven de las familias más poderosas de Asís, Rufino de Escipión. Su prima Clara de Favarone, que tenía entonces 17 años, empezó a tener contacto con ellos, ayudando con limosnas a los que trabajaban en Santa María. La iglesia se encontraba en muy mal estado y los hermanos tuvieron que ponerse a restaurarla. según una nota del siglo XIII conservada en el Sacro Convento de Asís, ésta no volvió a estar dedicada al culto hasta el 2 de agosto de 1215, un año antes de la concesión de la famosa Indulgencia o Perdón de la Porciúncula. También se agregaron al grupo Juan «el Simple», de la aldea asisana de Nottiano, tan simple, que remedaba a Francisco incluso cuando éste tosía, pues decía que había prometido imitarlo en todo; fray Silvestre, el canónico avaro que empezó a cambiar cuando Bernardo de Quintavalle y Pedro Cattani dieron toda su fortuna a los pobres; el caballero fray Masseo de Marignano (Perusa), de buena presencia, agradable y discreto, que aspiraba a conseguir la virtud de la humildad; fray Rufino de Escipión, primo de Clara de Favarone, tímido y quizás tartamudo, que prefería el retiro y la contemplación al cuidado de los leprosos o a la predicación, por lo que mereció la penitencia de tener que predicar en Asís con sólo los calzones; fray Junípero, el «bufón» extravagante del grupo, que destacaba por su paciencia, humildad y deseo de seguir a Cristo crucificado, y era famoso por sus ardientes jaculatorias; y fray Simón de Asís, del que apenas se sabe que fue un gran contemplativo y que hablaba de Dios con palabras sublimes sin haber estudiado. Son bien conocidas las «tertulias» espirituales de estos hermanos de los primeros tiempos, junto a la iglesia de la Porciúncula. Las principales virtudes de cada uno de ellos puestas en común, según San Francisco, daban como resultado el «hermano menor perfecto». Eso revela hasta qué punto el Santo sabía valorar el carisma y la idiosincrasia de cada uno. Con el pasar del tiempo, Francisco quiso que hubiera siempre en Santa María un número limitado de hermanos, escogidos de todas partes, y los quería realmente devotos y perfectos; pero jamás lograron igualar a los primeros. Por eso, antes de morir, se lamentaba diciendo: «Ahora son más tibios en la oración y en otras obras buenas, y más disipados que antes a las palabras ociosas y a las novedades de este mundo. Por eso ya no se le tiene a aquel lugar la devoción y el respeto que se merece y que a mí me gustaría».Vida en la Porciúncula(1210-1212). La vida de los hermanos en Santa María de la Porciúncula no era diferente de la que llevaban en Rivotorto: «Aunque este lugar era ya santo -Recordaba el Santo en su lecho de muerte- nuestros antiguos hermanos conservaban su santidad orando continuamente, día y noche, y observando constantemente el silencio; y, si alguna vez hablaban después de la hora fijada para el silencio, era para tratar, con la mayor devoción y del modo más discreto, de las cosas referentes a la gloria de Dios y al bien de las almas. Y si sucedía, cosa rara, alguno empezaba una conversación inútil u ociosa, enseguida era advertido por otro. Se mortificaban no sólo con ayunos, sino también con frecuentes vigilias, con el frío, la desnudez y el trabajo manual. Con frecuencia iban a ayudar a los pobres en sus campos, para no estar ociosos, y éstos, a veces, les daban pan por amor de Dios. Con estas y otras virtudes se santificaban a sí mismos y el lugar. Los que vinieron después vivieron durante muchos años de forma parecida, aunque sin llegar a igualar a los primeros». También observaban la clausura, para evitar que los seglares distrajeran a los frailes, y hacían salidas esporádicas para predicar en las parroquias cercanas y cuidar a los leprosos. Francisco, por su parte, no dejaba de meditar continuamente la pasión y muerte de Cristo crucificado, por lo que alguna vez lo encontraron llorando por el camino, cerca de la Porciúncula.
Clara de Asís, la primera franciscana(28-29 de marzo, 1211). La primera mujer que siguió a Francisco fue Clara de Asís, hija de Favarone de Offreduccio. Era once años menor que él, de modo que, cuando el santo renunció a todo, ella tenía apenas doce años, pero se propuso hacer lo mismo, cuando llegara a la mayoría de edad. Cumplidos los 18 años, la madrugada del lunes santo salió a escondidas de su casa, y se marchó a Santa María, donde Francisco la esperaba con sus hermanos para consagrarla al Señor. Al día siguiente la llevaron al monasterio benedictino de San Pablo de las Abadesas (en el actual cementerio de Bastía Umbra), de donde intentaron sacarla, inútilmente, su tío Monaldo y todo el clan familiar. De allí pasó al monasterio de Santo Ángel de Panzo en las faldas del Subasio. Aquí se le unieron su hermana Catalina (Santa Inés de Asís) y otras amigas. Juntas se trasladaron luego a San Damián, donde fundaron la Orden de las Hermanas Menores, rebautizadas luego por Francisco como «Damas Pobres». Popularmente las llamaban Damianitas y sólo tras la muerte de Clara (1253), empezaron a llamarlas «Hermanas Clarisas». Francisco, viéndolas tan animadas, les escribió una forma o regla de vida que no llegó a ser aprobada, y se comprometió a cuidar siempre de ellas, visitándolas con frecuencia y animándolas con la palabra y el ejemplo. (Fratefrancesco.org – Fr. Tomás Gálvez).
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